Todos en algún momento de nuestra vida nos hemos enfrentado a una pérdida dolorosa, ya sea el fallecimiento de un ser querido, la pérdida de un trabajo, un ruptura sentimental... y en este tipo de situación se producen una serie de cambios, tanto a nivel emocional (tristeza, ira, sentimientos de vacío, de abandono, de desorientación vital...), como a nivel conductual (pérdida del apetito, problemas para dormir, llanto, ataques de ira, retraimiento social...).

Este proceso es lo que se llama duelo ante la pérdida, que es una reacción natural, normal y esperable en estas situaciones. El duelo es absolutamente necesario, ya que en el trascurso del mismo nos adecuamos a la nueva situación, es un tiempo en el que se produce la adaptación para reorganizar nuestra vida sin lo perdido por lo tanto no es una enfermedad, aunque resulta ser un acontecimiento vital estresante de primera magnitud.

No obstante este proceso se relaciona con problemas de salud, sobre todo el el primer año de duelo, donde aumentan los problemas cardiacos,  la ansiedad, la depresión,  el abuso de alcohol y fármacos, entre otros.

Por esto, es necesario saber distinguir cuando estamos atravesando un duelo normal o un duelo patológico.

Un duelo adaptativo está compuesto por las siguientes fases:



Negación: que es aquella fase en la que pensamos que no es real lo que estamos pasando, vivimos la situación como si fuera un sueño o una película donde nosotros somos el espectador. Es la fase en la que no podemos hacer frente a la realidad ya que nos produce mucho dolor psicológico.

Enfado: En esta etapa afloran sentimientos profundos de rabia, enojo, ira, odio y resentimiento. Son emociones irracionales y en muchos casos incontrolables. No solo contra la persona que nos abandonó o las circunstancias que rodean la situación, sino contra nosotros mismos ya que nos sentimos  de alguna manera culpables, frustrados, nos sentimos muy dañados, también se producen estos sentimientos contra el mundo, contra la vida.

Es la fase en la que nos damos cuenta de que realmente ha habido una pérdida y reaccionamos de forma negativa y tenemos conductas agresivas.

Regateo: En esta fase, aun cuando no comulgue con nuestro ideario, tendemos a las “conductas mágicas”, nos encomendamos a Dios o a otra creencia y pedimos que él interceda. Esto se produce porque como hemos sido conscientes de que no tenemos control sobre la situación vivida, lo “dejamos en mano” de un ser superior a nosotros.

Depresión: En esta fase sobrevienen sentimientos de depresión, culpa, ansiedad, frustración, tristeza, vergüenza, melancolía como paso final hacia la recuperación.

Superación y aceptación: Es el momento en el que nos vemos y nos entendemos a nosotros mismos en la nueva situación y con un nuevo futuro. Reorganizamos nuestras vidas entorno a nosotros mismos. Es el momento de aceptar la pérdida de una manera tranquila y sosegada, evidentemente que la pérdida sigue doliendo pero ya no nos paraliza.


Hablar de tiempo en duelo es difícil, pero lo normal es que un duelo dure entre 6 meses y dos años, esta variación se produce dependiendo de los apoyos psicológicos que tenga la persona, es decir, cuantos más apoyos, (familia, amigos, terapia, actividades...) más corto es el proceso.
Si el duelo se extiende por más tiempo, se convierte en patológico, donde la persona no puede llegar a la fase de superación y aceptación y se queda “enganchada” en alguna de las fases anteriores, desarrollando síntomas importantes de ansiedad y depresión no pudiendo rehacer su vida asumiendo la pérdida.